domingo, 11 de junio de 2017

Camino Gijón Covadonga, MUCHO MAS QUE UN RETO

Diez de junio de dos mil diecisiete, una fecha que seguro nunca olvidaré.



Todo empezó el pasado 17 de septiembre de 2016, después de una intensa jornada en la que corriendo y de una sola tirada un buen grupo de amigos del Club del Corredor hicimos la ruta Gijón Covadonga; junto a La Santina las familias nos esperaban y fue entonces cuando mi hijo Rafa me pregunto si seríamos capaces de hacerlo juntos en bici. Lógicamente mi respuesta fue que sí, que no sería fácil pero que si lo entrenábamos sin duda lo podríamos hacer.


Poco a poco nos fuimos preparando, aprovechando mis entrenamientos, sobre todo los de los fines de semana, no perdimos oportunidad para hacerlo juntos. Sábados y domingos ahí estaba siempre Rafita con su bici para acompañarme en mis tiradas más largas de la semana, alguna que otra salida juntos en bici también nos sirvió para ir preparando el reto que poco a poco iba tomando forma en nuestras cabezas. Frío, cansancio y lluvia no pudieron con su ilusión y siempre estuvo ahí para acompañarme.




Y llegó el gran día, 10 de junio de 2017 con no pocos nervios por lo duro del camino que teníamos por delante, iniciamos nuestra aventura a las 9:15 de la mañana.





Nuestra idea era hacer el camino en dos jornadas, la primera desde Gijón hasta Miyares de aproximadamente 47 kilómetros y una segunda hasta Covadonga de 31 kilómetros.



El primer tramo desde la Plaza de Toros de Gijón hasta el Camping de Deva fue fluido, con muy buen ritmo y mucho ánimo. Una vez allí empezó lo duro, la subida hasta La Olla primero y continuar luego hasta el alto del Curviellu. La verdad que fue durillo pero lo hicimos mejor de lo previsto y sobre todo con muy buen ánimo.

Empezamos entonces la bajada hacia Peón para poner enseguida rumbo hacia el Alto de la Cruz, aquí se iba a poner en prueba nuestra preparación. Poco a poco fuimos ganando metros hasta que por error en lugar de seguir por la carretera tomamos el camino que se hace a pie, la dificultad fue máxima. Imposible pedalear, tanto por la pendiente como por el terreno así que toco poner pie a tierra y empujar las bicis. Así fuimos avanzando hasta poder retomar otra vez la carretera y con más esfuerzo del pensado llegar así hasta el Alto de la Cruz. Llevábamos 19,2 kilómetros más duros de lo previsto pero con mucho ánimo. En el Alto una parada para tomar algo de fruta y unas barritas de cereales y frutos secos y a continuar la marcha. El calor empezaba a apretar, amenazaban con uno de los fines de semana más calurosos del año y no se equivocaron.



Continuamos ruta hacia Amandi, con paso lento pero firme fuimos pasando kilómetros, disfrutando de una buena conversación y con ganas de hacer nuestra primera parada más larga para descansar y reponer fuerzas. Llegamos así al bar Caso en Amandi donde unas buenas coca-colas bien frías y unos pinchos nos cargaron las pilas nuevamente. Rellenamos nuestras cantimploras en la fuente del peregrino y seguimos ruta pensando en nuestra nueva meta, el pueblo de Sietes.



Ese tramo no es especialmente sencillo para la bici y con los kilómetros previos acumulados y el intenso calor, decidimos continuar con menor ritmo y con frecuentes paradas para beber e hidratarnos, la llegada al pueblo de Breceña fue como entrar en el paraíso. Pensamos que debíamos “repostar” y fue ahí donde paramos a comer un buen bocata de lomo con queso “al fresquito” del bar y beber más agua de la que nunca pensamos que podríamos beber…






El cansancio hacía mella en nosotros pero teníamos todavía por delante unos 14 kilómetros que debíamos rematar. Seguimos ruta y poco a poco nos fuimos encontrando mejor, el descanso anterior fue verdaderamente reparador. Con buen ritmo llegamos a Sietes, nueva parada técnica para beber agua fría y continuar bajando luego rápidamente hacia Anayo, Borines y llegando finalmente a Miyares. Varias horas de ruta, cansancio y mucho calor no habían podido con nosotros.



En Miyares nos esperaba Victoria, que regenta el Albergue La Figar de Miyares, un sitio estupendo en el que nos trataron como a Reyes. El albergue, por llamarlo así, es un viejo caserón de piedra con un par de siglos a sus espaldas, totalmente reformado, acogedor y muy cómodo y tranquilo.













Después de una buena y laaaaarga ducha salimos a dar un paseo y a tomarnos un refresco en el Bar Pili, donde más tarde volvimos para cenar y reponer energías para el día siguiente. Unos buenos huevos con chorizo y patatas, las croquetinas caseras de jamón que nos puso Pili antes de la cena, un poco de queso y arroz con leche, fueron suficientes. Rafa es una máquina en bici, pero en la mesa no lo hace tampoco nada mal.


















Enseguida nos fuimos a la cama para descansar, al día siguiente quedaba batalla.

Hoy domingo nos levantamos con mucho ánimo y después de un buen desayuno a las 8:15 de la mañana salimos rumbo a Covadonga. El pedaleo constante y con buen ritmo nos hizo pasar los primeros kilómetros “como si nada”, hasta Llames de Parres. Ahí con continuos sube y bajas más los kilómetros acumulados en las piernas, nos tocó nuevamente poner pie a tierra y empujar bici. De todas formas la idea de llegar a Cangas de Onís podía con todo.





Los últimos kilómetros antes de Cangas fueron otra vez muy fluidos y no negaré que llegar al pie del Puente Romano fue verdaderamente emocionante. Después de las fotos de rigor ya solo pensábamos en nuestra última etapa, llegar a Covadonga.





Se notaba que Rafa tenía mucha ilusión por llegar, el ritmo que llevaba era francamente bueno, incluso le tenía que ir diciendo que aflojase que aún quedaban kilómetros. Cuando llegamos al Repelao nuevas fotos con la Basílica al fondo y fuerzas renovadas para llegar hasta la Santa Cueva. Para que os hagáis una idea de cómo llegábamos, Rafa iba en la bici cantando el himno de Covadonga, no cabía en sí de gozo.

Las últimas rampas antes de Covadonga son muy duras así que le propuse a Rafa poner pie a tierra y llegar tranquilamente, pero se negó y siguió peleando hasta el final. Cuando nos bajamos de las bicis la emoción y el cansancio se nos vinieron encima, el reto estaba superado y con creces.







De esta auténtica aventura que hemos vivido me quedo con varias cosas, pero la principal que aunque ya la conocía no sabía hasta qué punto, es la capacidad de resistencia de Rafita. No se quejó en ningún momento a pesar del fortísimo calor, la dificultad y dureza del recorrido. Siempre manteniendo una amena conversación, con buena cara y pensamiento positivo. Es mucho más fuerte de lo que me imaginaba y os aseguro que no es amor de padre.

Estos dos días juntos seguramente pasarán a formar parte de esos recuerdos que nunca se olvidan, orgulloso de mi hijo y espero que él también lo esté de su padre.


Para terminar y aunque hoy no he hablado de correr, me despediré como siempre diciendo que PROMETO ENTRENAR, sobre todo para poder afrontar otro reto que ya ronda nuestras cabezas. No habíamos llegado a Covadonga y Rafita ya me había hecho otra propuesta para hacer con María y Ángela, al menos habrá que intentarlo.