Diez
de junio de dos mil diecisiete,
una fecha que seguro nunca olvidaré.
Todo empezó el pasado 17 de septiembre
de 2016, después de una intensa jornada en la que corriendo y de una sola
tirada un buen grupo de amigos del Club
del Corredor hicimos la ruta Gijón Covadonga; junto a La Santina las familias
nos esperaban y fue
entonces cuando mi hijo Rafa me pregunto si seríamos capaces de hacerlo juntos
en bici. Lógicamente mi respuesta fue que sí, que no sería fácil
pero que si lo entrenábamos sin duda lo podríamos hacer.
Poco a poco nos fuimos preparando, aprovechando
mis entrenamientos, sobre todo los de los fines de semana, no perdimos
oportunidad para hacerlo juntos. Sábados y domingos ahí estaba siempre Rafita
con su bici para acompañarme en mis tiradas más largas de la semana, alguna que
otra salida juntos en bici también nos sirvió para ir preparando el reto que
poco a poco iba tomando forma en nuestras cabezas. Frío, cansancio y lluvia no
pudieron con su ilusión y siempre estuvo ahí para acompañarme.
Y llegó el gran día, 10 de junio de
2017 con no pocos nervios por lo
duro del camino que teníamos por delante, iniciamos nuestra aventura a las 9:15
de la mañana.
Nuestra idea era hacer el camino en dos jornadas, la primera desde Gijón hasta Miyares de aproximadamente 47 kilómetros y una segunda hasta Covadonga de 31
kilómetros.
El primer tramo desde la Plaza de Toros
de Gijón hasta el Camping de Deva fue fluido, con muy buen ritmo y
mucho ánimo. Una vez allí empezó lo duro, la subida hasta La Olla
primero y continuar luego hasta el alto del Curviellu. La verdad que fue durillo
pero lo hicimos mejor de lo previsto y sobre todo con muy buen ánimo.
Empezamos entonces la bajada hacia
Peón para poner enseguida rumbo
hacia el Alto
de la Cruz, aquí se iba a poner en prueba nuestra preparación. Poco
a poco fuimos ganando metros hasta que por
error en lugar de seguir por la carretera tomamos el camino que se hace a pie,
la dificultad fue máxima. Imposible pedalear, tanto por la pendiente como
por el terreno así que toco poner pie a tierra y empujar las bicis. Así fuimos
avanzando hasta poder retomar otra vez la carretera y con más esfuerzo del pensado llegar así hasta el Alto de la Cruz. Llevábamos
19,2 kilómetros más duros de lo previsto pero con mucho ánimo. En el Alto una
parada para tomar algo de fruta y unas barritas de cereales y frutos secos y a
continuar la marcha. El calor empezaba a
apretar, amenazaban con uno de los fines de semana más calurosos del año y no
se equivocaron.
Continuamos ruta hacia Amandi,
con paso lento pero firme fuimos pasando kilómetros, disfrutando de una buena
conversación y con ganas de hacer nuestra primera parada más larga para
descansar y reponer fuerzas. Llegamos así al bar Caso en Amandi donde unas buenas coca-colas bien frías y unos
pinchos nos cargaron las pilas nuevamente. Rellenamos nuestras cantimploras en
la fuente
del peregrino y seguimos ruta pensando en nuestra nueva meta, el
pueblo de Sietes.
Ese tramo no es especialmente sencillo
para la bici y con los kilómetros previos acumulados y el intenso calor,
decidimos continuar con menor ritmo y con frecuentes paradas para beber e
hidratarnos, la llegada al pueblo de Breceña fue
como entrar en el paraíso. Pensamos que debíamos “repostar” y fue ahí donde
paramos a comer un buen bocata de lomo con queso “al fresquito” del bar y beber
más agua de la que nunca pensamos que podríamos beber…
El cansancio hacía mella en nosotros
pero teníamos todavía por delante unos 14 kilómetros que debíamos rematar.
Seguimos ruta y poco a poco nos fuimos encontrando mejor, el descanso anterior
fue verdaderamente reparador. Con buen ritmo llegamos a Sietes, nueva parada técnica
para beber agua fría y continuar bajando luego rápidamente hacia Anayo, Borines y llegando finalmente a Miyares. Varias horas de ruta, cansancio y mucho calor no habían podido con
nosotros.
En Miyares nos esperaba Victoria, que regenta el Albergue La
Figar de Miyares, un sitio estupendo en el que nos trataron como a Reyes.
El albergue, por llamarlo así, es un viejo caserón de piedra con un par de
siglos a sus espaldas, totalmente reformado, acogedor y muy cómodo y tranquilo.
Después de una buena y laaaaarga ducha
salimos a dar un paseo y a tomarnos un refresco en el Bar Pili, donde más tarde
volvimos para cenar y reponer energías para el día siguiente. Unos buenos
huevos con chorizo y patatas, las croquetinas caseras de jamón que nos puso
Pili antes de la cena, un poco de queso y arroz con leche, fueron suficientes.
Rafa es una máquina en bici, pero en la mesa no lo hace tampoco nada mal.
Enseguida nos fuimos a la cama para
descansar, al día siguiente quedaba batalla.
Hoy domingo nos levantamos con mucho
ánimo y después de un buen desayuno a las 8:15 de la mañana salimos rumbo a Covadonga.
El pedaleo constante y con buen ritmo nos hizo pasar los primeros kilómetros “como
si nada”, hasta Llames
de Parres. Ahí con continuos sube y bajas más los kilómetros
acumulados en las piernas, nos tocó nuevamente poner pie a tierra y empujar
bici. De todas formas la idea de llegar a Cangas de Onís podía con todo.
Los últimos kilómetros antes de Cangas
fueron otra vez muy fluidos y no negaré que llegar al pie del Puente Romano fue verdaderamente
emocionante. Después de las fotos de rigor ya solo pensábamos en nuestra última
etapa, llegar a Covadonga.
Se notaba que Rafa tenía mucha ilusión por
llegar, el ritmo que llevaba era francamente bueno, incluso le tenía que ir
diciendo que aflojase que aún quedaban kilómetros. Cuando llegamos al Repelao nuevas
fotos con la Basílica al fondo y
fuerzas renovadas para llegar hasta la Santa Cueva. Para que os hagáis una idea de
cómo llegábamos, Rafa iba en la bici cantando el himno de Covadonga, no cabía
en sí de gozo.
Las últimas rampas antes de Covadonga
son muy duras así que le propuse a Rafa poner pie a tierra y llegar
tranquilamente, pero se negó y siguió peleando hasta el final. Cuando nos
bajamos de las bicis la emoción y el cansancio se nos vinieron encima, el reto estaba
superado y con creces.
De esta auténtica aventura que hemos
vivido me quedo con varias cosas, pero la principal que aunque ya la conocía no
sabía hasta qué punto, es la capacidad
de resistencia de Rafita. No se quejó en ningún momento a pesar del
fortísimo calor, la dificultad y dureza del recorrido. Siempre manteniendo una
amena conversación, con buena cara y pensamiento positivo. Es mucho más fuerte de lo que me imaginaba y os aseguro que no es amor
de padre.
Estos dos días juntos seguramente
pasarán a formar parte de esos recuerdos que nunca se olvidan, orgulloso de mi
hijo y espero que él también lo esté de su padre.
Para terminar y aunque hoy no he
hablado de correr, me despediré como siempre diciendo que PROMETO ENTRENAR, sobre todo
para poder afrontar otro reto que ya ronda nuestras cabezas. No habíamos
llegado a Covadonga y Rafita ya me había hecho otra propuesta para hacer con
María y Ángela, al menos habrá que intentarlo.